La figura de tan grande personaje
de nuestra historia, será desarrollada con absoluta minuciosidad en mi próximo
libro; sin embargo, para cerrar este trabajo me permito el siguiente semblante,
a modo de anticipo.
El reinado de Amenofis IV fue
relativamente breve[1]. Las castas dominantes de
las demás dinastías egipcias no estaban dispuestas a tolerar el cambio
dogmático que el Faraón impulsaba a filo de espada, el cual no contaba con el
agrado ni aún de su propia dinastía. Cuando a su muerte, su yerno Tut Anj Amón,
toma el poder revierte todos los cambios promovidos por su antecesor y persigue,
bajo pena de muerte, a todos los sacerdotes de la religión que éste quiso
imponer. Es harto conocida en nuestros tiempos la interpretación de los
historiadores sobre la figura de Moisés como un sacerdote de la religión de
Atón. Interpretación que procura darle un origen egipcio al Judaísmo. Pues
bien, más allá de cuanto se pueda pensar o concluir, mi interpretación personal
de los hechos y la investigación realizada en tal sentido por mi persona no me
lleva a pensar en contrario.
Moisés era, si se me permite
afirmarlo, un sacerdote de la religión monoteísta que impulsaba Amenofis IV. Y
coincido también con aquellos estudiosos que aseguran que el éxodo judío fue un
exilio en masa de los perseguidos por el nuevo Faraón. La diferencia radical
que plantea mi visión de los acontecimientos tal como los he planteado hasta
aquí, es que, a pesar de ser un egipcio, Moisés era semita; y la religión que
impulsaba el faraón Amenofis IV era, nada más y nada menos que la que
practicaba el clan de Abraham. Es decir, según mi visión de los
acontecimientos, no fueron los descendientes de Abraham el resultado de una guerra
civil egipcia que los llevó al exilio; sino que fueron los egipcios, luego de
absorber para sí las creencias que José llevó a su tierra, quienes estuvieron a
punto de convertirse a la religión del clan de Abraham[2]. De
este modo, tanto la figura de Moisés como el éxodo se redimensionan
notoriamente. Moisés, el sacerdote egipcio descendiente de Abraham, al ver
nuevamente echado por tierra el proyecto de sus antepasados, con el agravante
de la feroz represalia que los sacerdotes del nuevo faraón estaban llevando a
cabo, reúne a todos los seguidores de su Dios (Todos los miembros de su
dinastía o clan) y huyen del imperio para escapar a la muerte[3]. El
fin de tal éxodo es el mismo que el narrado en las escrituras, es decir, la
tierra prometida; solo que para aquellos protojudíos la tierra prometida de sus
antepasados era Egipto.
Este concepto de mi parte
encuentra justificativos inmediatos en determinados comportamientos. Al cruzar
el mar rojo, considerado en el inconsciente colectivo como la salida de Egipto,
Moisés y los suyos aún se encontraban en tierra Egipcia (Ver mapa). De este modo el viaje
hacia el sur, hacia el inhóspito desierto, puede haber sido un intento de
sortear la persecución y evitar la salida del país que sentían como propio[4]. Sin
embargo, más allá de este intento por continuar dentro de Egipto, deben cruzar
la frontera. más si tenemos en cuenta que dicho trayecto se
hace a lo largo de la frontera del imperio Egipcio[5]. Esto
parece mostrar, no a un pueblo que no encontraba el camino de regreso a su
hogar (Canaán) sino a un pueblo que no podía regresar a su hogar (Egipto) y por
ello, no terminaba de afincarse en ningún sitio.
Y es allí, en el límite del imperio, en el monte Sinaí, el sitio
donde el clan de Abraham debe abandonar la pertenencia a una nación y lanzarse
al vacío de toda civilidad, donde Moisés recibe las leyes para su pueblo y
abandona Egipto; produciendo, a conciencia o no, el hecho bautismal de la nueva
nación. Es también verdaderamente poco probable que los fugitivos necesitaran
vagar por cuarenta años en el desierto para encontrar el camino que los llevara
a Canaán. El comportamiento del éxodo judío no es más que el proceder típico de
los exiliados, que esperan el momento oportuno del regreso;
Cuando finalmente se decide
entrar en la zona de palestina, la situación política era otra. Dicha oportunidad
del retorno había llegado. La dinastía XVIII[6]
acababa de caer y la tentativa de una invasión en un territorio tan alejado
debe haber parecido seductora. Canaán formaba parte de Egipto desde hacía más
de doscientos años, y el pueblo de Israel, ya con una personalidad propia
forjada en el exilio, encontraba en la región un doble sentido de pertenencia.
Allí habían morado sus antepasados, y, al mismo tiempo, allí estaba su tierra prometida,
Egipto.
Pero, repito una vez más, el desarrollo de tal
afirmación, amerita un nuevo trabajo, en el cual me hallo abocado y prometo
concluir a la brevedad.
[1] 16 años.
[2] Vuelvo a repetir una vez
más que dicha religión no era aún el judaísmo como lo conocemos en nuestros
días, sino una veneración al dios de los antepasados que, sin dudas, luego de 450
años de estadía en Egipto, y al no haber prohibición explicita de su Dios al
respecto, habría adoptado muchos ritos de estos.
[3] Es importante saber
también, que la ciudad de donde se inicia el exodo, es la ciudad en la cual antiguamente
se emplazo la capital de la dinastía Hicsa, por ende era, sin dudad, una ciudad
mayoritariamente semita.
[4] He aquí otra notoriedad.
Los fugitivos tuvieron que desviar su ruta hacia el sur para cruzar el mar
rojo, lo cual indicaría, según mi opinión, que el ejército egipcio tenía
cerrada la única salida terrestre del país. Pero ello ya se desarrollará
rigurosamente en el próximo trabajo.
[5] Debemos tener en cuenta
que las fronteras, en aquellos días, no eran una línea como en nuestros
tiempos. Si un país terminaba en un desierto, es probable que su vecino comenzara
a la salida de dicho desierto, siendo esta tierra intermedia muchas veces ámbito
de disputa y otras tantas, tierra de nadie.
[6] Dinastía que los expulsó
del país.
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