miércoles, 30 de julio de 2014

Moisés



La figura de tan grande personaje de nuestra historia, será desarrollada con absoluta minuciosidad en mi próximo libro; sin embargo, para cerrar este trabajo me permito el siguiente semblante, a modo de anticipo.
El reinado de Amenofis IV fue relativamente breve[1]. Las castas dominantes de las demás dinastías egipcias no estaban dispuestas a tolerar el cambio dogmático que el Faraón impulsaba a filo de espada, el cual no contaba con el agrado ni aún de su propia dinastía. Cuando a su muerte, su yerno Tut Anj Amón, toma el poder revierte todos los cambios promovidos por su antecesor y persigue, bajo pena de muerte, a todos los sacerdotes de la religión que éste quiso imponer. Es harto conocida en nuestros tiempos la interpretación de los historiadores sobre la figura de Moisés como un sacerdote de la religión de Atón. Interpretación que procura darle un origen egipcio al Judaísmo. Pues bien, más allá de cuanto se pueda pensar o concluir, mi interpretación personal de los hechos y la investigación realizada en tal sentido por mi persona no me lleva a pensar en contrario.
Moisés era, si se me permite afirmarlo, un sacerdote de la religión monoteísta que impulsaba Amenofis IV. Y coincido también con aquellos estudiosos que aseguran que el éxodo judío fue un exilio en masa de los perseguidos por el nuevo Faraón. La diferencia radical que plantea mi visión de los acontecimientos tal como los he planteado hasta aquí, es que, a pesar de ser un egipcio, Moisés era semita; y la religión que impulsaba el faraón Amenofis IV era, nada más y nada menos que la que practicaba el clan de Abraham. Es decir, según mi visión de los acontecimientos, no fueron los descendientes de Abraham el resultado de una guerra civil egipcia que los llevó al exilio; sino que fueron los egipcios, luego de absorber para sí las creencias que José llevó a su tierra, quienes estuvieron a punto de convertirse a la religión del clan de Abraham[2]. De este modo, tanto la figura de Moisés como el éxodo se redimensionan notoriamente. Moisés, el sacerdote egipcio descendiente de Abraham, al ver nuevamente echado por tierra el proyecto de sus antepasados, con el agravante de la feroz represalia que los sacerdotes del nuevo faraón estaban llevando a cabo, reúne a todos los seguidores de su Dios (Todos los miembros de su dinastía o clan) y huyen del imperio para escapar a la muerte[3]. El fin de tal éxodo es el mismo que el narrado en las escrituras, es decir, la tierra prometida; solo que para aquellos protojudíos la tierra prometida de sus antepasados era Egipto.
Este concepto de mi parte encuentra justificativos inmediatos en determinados comportamientos. Al cruzar el mar rojo, considerado en el inconsciente colectivo como la salida de Egipto, Moisés y los suyos aún se encontraban en tierra Egipcia (Ver mapa). De este modo el viaje hacia el sur, hacia el inhóspito desierto, puede haber sido un intento de sortear la persecución y evitar la salida del país que sentían como propio[4]. Sin embargo, más allá de este intento por continuar dentro de Egipto, deben cruzar la frontera.  más si tenemos en cuenta que dicho trayecto se hace a lo largo de la frontera del imperio Egipcio[5]. Esto parece mostrar, no a un pueblo que no encontraba el camino de regreso a su hogar (Canaán) sino a un pueblo que no podía regresar a su hogar (Egipto) y por ello, no terminaba de afincarse en ningún sitio.
Y es allí, en el límite del imperio, en el monte Sinaí, el sitio donde el clan de Abraham debe abandonar la pertenencia a una nación y lanzarse al vacío de toda civilidad, donde Moisés recibe las leyes para su pueblo y abandona Egipto; produciendo, a conciencia o no, el hecho bautismal de la nueva nación. Es también verdaderamente poco probable que los fugitivos necesitaran vagar por cuarenta años en el desierto para encontrar el camino que los llevara a Canaán. El comportamiento del éxodo judío no es más que el proceder típico de los exiliados, que esperan el momento oportuno del regreso;
Cuando finalmente se decide entrar en la zona de palestina, la situación política era otra. Dicha oportunidad del retorno había llegado. La dinastía XVIII[6] acababa de caer y la tentativa de una invasión en un territorio tan alejado debe haber parecido seductora. Canaán formaba parte de Egipto desde hacía más de doscientos años, y el pueblo de Israel, ya con una personalidad propia forjada en el exilio, encontraba en la región un doble sentido de pertenencia. Allí habían morado sus antepasados, y, al mismo tiempo, allí estaba su tierra prometida, Egipto.
 Pero, repito una vez más, el desarrollo de tal afirmación, amerita un nuevo trabajo, en el cual me hallo abocado y prometo concluir a la brevedad.


[1] 16 años.
[2] Vuelvo a repetir una vez más que dicha religión no era aún el judaísmo como lo conocemos en nuestros días, sino una veneración al dios de los antepasados que, sin dudas, luego de 450 años de estadía en Egipto, y al no haber prohibición explicita de su Dios al respecto, habría adoptado muchos ritos de estos.
[3] Es importante saber también, que la ciudad de donde se inicia el exodo, es la ciudad en la cual antiguamente se emplazo la capital de la dinastía Hicsa, por ende era, sin dudad, una ciudad mayoritariamente semita.
[4] He aquí otra notoriedad. Los fugitivos tuvieron que desviar su ruta hacia el sur para cruzar el mar rojo, lo cual indicaría, según mi opinión, que el ejército egipcio tenía cerrada la única salida terrestre del país. Pero ello ya se desarrollará rigurosamente en el próximo trabajo.
[5] Debemos tener en cuenta que las fronteras, en aquellos días, no eran una línea como en nuestros tiempos. Si un país terminaba en un desierto, es probable que su vecino comenzara a la salida de dicho desierto, siendo esta tierra intermedia muchas veces ámbito de disputa y otras tantas, tierra de nadie.
[6] Dinastía que los expulsó del país.

No hay comentarios:

Publicar un comentario